Eran casi las 12 del mediodía de un lunes como cualquier otro, hace ya una semana; estaba chateando con mis amigos de siempre y de paso, investigando algunas cositas, cuando repetinamente, empecé a sentirme mal. Tenía escalofríos y se comenzaba a manifestar la maldita fiebre. Caballero pues, tuve que dejar lo que estaba haciendo para irme a reposar un rato en mi cama, pero no podía más con esas dolencias y mi papá me tuvo que acompañar al hospital para acabar con esto de una vez.
Al llegar, me tomaron la temperatura y en efecto, tuve 39 grados, casi 40. Luego mi papá me llevó donde el médico de turno que al cabo de unos minutos me atendió, y luego de contarle yo mismo todo lo que motivó mi llegada al hospital, me mandó a que me haga unas muestras de orina y sangre. Todavía yo mal, fui al área de Inyectables para que me pongan una ampolla, mi papá me ayudó a colocarme en la camilla y ¡zas! me pincharon, el primer banderillazo. Con la esperanza de ya no tener fiebre, fui con mi papá al laboratorio donde los vampiros, digo, los laboratoristas, sacan muestras de sangre a los pacientes. Después del pinchazo este, nomás me quedaba esperar los resultados de esos análisis, que salieron al cabo de unos 10 minutos. Era recontra evidente que me iba a quedar hospitalizado por el estado en el que me encontraba; pero al ver mi papá estos dichosos resultados tras recogerlos, se asustó por algo que para mí era inesperado: glucosa alta.
No me dijo numeralmente el resultado, solo me dijo que era alta. Cuando le pasó estos datos al doctor, lo primero que me preguntó fue: "¿eres diabético?". Yo, asustado, le respondí que no. Recién ahí me enteré de la abominable cantidad de glucosa: 388. Aparentemente, estaba tranquilizado, esperando alguna respuesta, algo andaba mal; por dentro, estaba desesperado, no aceptaba esto, no me aferraba a adaptarme a esta nueva rutina que tendría al tomar pastillas para la glucosa, inyectarme dosis de insulina varias veces al día o evitar los dulces y acostumbrarme a una dieta estricta. Pensé un momento en la Gillette y el Campeón, ahogándome ya en mi propio The End. Todo eso pasó por mi cerebro en esas cuatro paredes llamadas "Tópico de Medicina", mientras el doctor daba la orden de internamiento y mientras mi papá traía de Farmacia los medicamentos.
Al rato, me colocaron la vía endovenosa, (que ya no me dolía tanto porque ya estaba acostumbrado) para recostarme en la camilla e irme a la Sala de Observación. Sólo me quedaba resignarme porque ya sabía cómo iba a ser mi final, lo único que estaba a mi alcance era controlarme cada tiempo. Eran ya las 5 de la tarde, sirvieron la merienda: sopa, saltado tipo chifa y piña en almibar ¿piña en almibar? ¿no que yo era diabético?, para evitar otro subidón de glucosa, simplemente no lo comí. Mi padre, llegó a donde yo me encontraba dos o tres minutos después que me sirvieron la merienda, me ayudó con la piña que, según me dijo, estaba sin azúcar. Parece que las nutricionistas se la tomaron en serio.
Hice una pequeña siesta, pero no pude ni pegar los ojos por esta preocupación. Entró un laboratorista a la sala. "'¿Honores?", me preguntó. "Si" le dije. "Te voy a tomar una muestra de sangre". Extendí el brazo izquierdo esperando el hincón en el lado opuesto del codo, pero no fue ahí, sino en mi dedo anular, uno de mis diez ayudantes, supongo que ya saben por qué. Me acababa de acordar que a los que padecen de diabetes les sacaban sangre del dedo para análisis. Me volví a recostar, deseando conciliar el sueño. Se apareció el doctor a ese ambiente, fingí dormirme, pero me despertó, comunicándome lo inimaginable: mi nivel de glucosa bajó, de 388 a 100. Mi mamá, que me vino a ver un momento y obviamente estaba preocupada, se mostro en todo momento serena. Salió para traerme una botella de agua. En el lapso de su salida, dictaron mi diagnóstico, mi infección de siempre junto con un cuadro de diabetes melitus. Yo le dije a la enfermera que había un error, pero se lo dije mal: "Srta. hay un error. Primero tenía 388 y ahora solo tengo...", me interrumpió "No pues, si ya tienes 388 de glucosa, vas a tener diabetes toda tu vida". No tenía salvación.
Llega mi mamá trayéndome la botella, habló con el doctor, en realidad todo fue un gran susto porque lo de los 388 era un error del laboratorio. Fue un milagro. Muchos minutos después me hicieron otro análisis, nuevamente en el dedo. Salí con 80. Todo había sido una larga pesadilla. Mi mamá me contó que fue por efecto del Metamizol, es decir, la ampolla, ya que esta puede alterar algunos componentes del cuerpo, como la glucosa. Respiré tranquilo.
Recién se me había venido a la memoria el tremendo huevo de pascua del Sábado de Gloria. Soy un comelón después de todo.
Pablito ito! te juro que me asusté cuando estaba por la mitad pero qué paja que todo haya sido una equivocación. Tómalo como una segunda oportunidad :)
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